martes, 8 de septiembre de 2009

El ruedo del amor

Como en una corrida de toros, yo siempre estuve en el ruedo. Era aquel astado que siempre perecía. En la primera corrida de la vida, sientes que una vez te asaetan, ya nada volverá a la normalidad, que el corazón ha muerto para siempre. Pero es al poco tiempo cuando te das cuenta de que un toro no es toda la vida, que la vida dura toda una feria. Aún quedan muchos toreros que saldrán al ruedo a jugar con tu corazón. Unos harán más daño, otros menos; algunas faenas durarán días, otras meses y otras, incluso, años. Pero en lo que dura la feria, el toro no pierde la esperanza. El toro sale siempre al ruedo, con la misma vitalidad que la vez anterior. No es el mismo toro, igual que una vez nos hacen daño, no es el mismo corazón el que vuelve a la faena, pero es la misma esencia. Con la misma bravura peleará por esa esperanza que todo morlaco tiene: el indulto. Un indulto que signifique que no tiene que pasar lo que le queda de vida muriendo en un ruedo, sino que volverá a los campos, en libertad.

Por una vez no me he sentido como ese toro de ojos tristes. Esta vez mi papel ha sido el del torero, el del matador. He dado una estacada a un corazón, pero no estaba acostumbrada a hacerlo. Yo siempre las había recibido. Y el hecho de no recibirla no te hace sentir mejor, pues sientes empatía con el toro y sabes lo que se siente. Pero en la arena no tienes elección, ya no por lo que dirá el respetable, sino por lo que te dicta tu corazón. Nadie quiere dañar a un corazón, pero cuando lo haces, te queda el consuelo de que saldrá fortalecido, y que ese toro, algún día, conseguirá el indulto que se merece.

Aunque no te gusten los toros, creo que es el símil que mejor expresa lo que quería decir ...

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