miércoles, 26 de mayo de 2010

Vete a hacer puñetas

Sus piernas se balanceaban al son de la música, sentada sobre aquella repisa de piedra en la que mataba el tiempo. Acuchillaba cada segundo de espera con deliciosas melodías que se propagaban por sus auriculares, llegando hasta el fondo de su alma y donde creaba mundos de fantasía en su imaginación. Hoy le tocaba el turno a Camilo Sesto, un cantante que ya no podía más, un hombre cansado de girar como una noria. Ella mientras se regocijaba con aquella letra profunda y sentida, le gustaba recordar viejos clásicos de la canción española poco propios de su edad.

Sus manos hacían puñetas, eso le relajaba. Se quedaba abstraída observando aquel movimiento hipnótico de sus pulgares. De repente alzó la vista. En frente suyo otro chico solitario escuchaba música. Sus manos simulaban coger unas baquetas mientras tocaba una batería imaginaria. Aquello le hizo reír. Él se dió cuenta y la miró, pero para aquellos entonces ella había desviado la mirada a un perro que orinaba en una farola.

Guardó el tiempo de seguridad para volver a clavar su vista en aquel chico. Empezando por sus viejas zapatillas raídas, siguiendo por unos vaqueros desgastados y acabando en una camiseta que volvió a sacar la sonrisa de la chica gracias a la frase erótico festiva que en ella se podía leer. El chico volvió a percatarse de la mirada incisiva de la chica, pero esta vez ella le sostuvo el duelo de ojos. Pero algo extraño ocurrió.

Una conexión espiritual se había establecido entre ellos. Ahora ella podía navegar por la mente de aquel chico, bucear entre sus recuerdos, ocultar sus temores y apaciguar sus deseos. Comprobó leyendo el diario de a bordo de aquel músico frustrado como aquel desconocido también había sonreído al verla hacer puñetas o al comprobar como las zapatillas que llevaba las había pintado ella misma con poca maña artística. Quiso tomar el intercambiador entre su mente y su corazón, dónde comprobó que el corazón del chico latía cada vez más. Ella no podía evitar hacer lo mismo, hasta tal punto que sus latidos la desbocaron y la devolvieron a su verdadero cuerpo.

Su mirada siguió allí, eterna, impertérrita e imperturbable. Una mirada acompañada de guiños de ojos, sonrisas y miradas de reojo hacia lo que había alrededor.

Todo era maravilloso, idílico, estupendo ...

... pero no podía tolerarlo. No podía tolerar que aquel perro estuviese orinando de nuevo, esta vez sobre sus zapatillas, mientras el chico misterioso cogía la correa del animal y le reprendía sin poder dejar de reír. Ella se levantó, sacudió sus pies en un intento de limpiarse, abofeteó a aquel desconocido y se alejó de allí a paso ligero.

Fue la historia de amor mas breve y dolorosa que nunca antes sufrió.

1 comentario:

Tania dijo...

me encanta leee!!! pobre chica!!!