miércoles, 18 de marzo de 2009

Copito y la donación

A continuación ustedes podrán leer el escabroso relato que le ha acontecido esta tarde a la narradora de los hechos. Las frases que lo componen pueden haber sido alteradas y rodadas bajo los rótulos de ficción publicitaria. No dejen a sus hijos solos e indefensos ante este relato. Cualquier parecido con la realidad es todo lo cierto que ustedes quieran considerarlo. Lea detenidamente las instrucciones de uso de este relato, de lo contrario, usted podrá acabar aquejado de fuertes dolores del ventrículo izquierdo.

Tras una tarde de dura tarea estudiantil, Copito se vió en la encrucijada de cómo hacer tiempo entre las 8 de la tarde y las 9.30 de la noche. Dicho así, parecía que un gran espacio temporal le separaba de su destino, pero en el fondo sólo era una hora y media.

Ante ella se desplegaron dos opciones, las dos demasiado tentadoras como para dejarlas pasar. La primera de ellas era ir a tomar un refrigerio con unas amigas. Un plan muy apetecible, pero no del todo cuando el bolsillo te recuerda que sólo dispones de 1,65€. El otro plan era dirigirse hasta el paseo Zorrilla para donar sangre, un gesto altruísta que se ve recompensado con una bebida. Copito comprobó gracias a su máster en cálculo avanzado que el denominador común de ambas propuestas confluía en la bebida. Y como hacía tiempo que no donaba sangre, lo consideró oportuno.

Con la opción escogida ya en el bolsillo, Copito caminaba por las calles de su querida ciudad hacia el destino seleccionado: el Centro de Hemoterapia y Hemodonación. Copito disfrutaba todas y cada una de las notas que se escuchaban a través de su reproductor, y en más de una ocasión, quiso cumplir su sueño de convertir su vida en un musical. Se veía cantando a Raphael encima de un banco mientras el resto de la calle hacía los coros, los niños bailaban una coreografía hecha por Lola la de Fama y su príncipe azul se dirigía hacia ella con un look emo-pijo mientras conducía un flamante Audi TT. Pero Copito no realizó su sueño porque su tarea era ir a donar sangre, así que dejó su sueño para el momento en que los Jonas Brothers sacaran al mercado un disco recopilatorio.

Tras un camino de lo más apacible, Copito llego al centro anhelado. La gente allí irradiaba simpatía, los ojos de la recepcionista parecían hacer chiribitas al ver aparecer a un cero negativo. Esa gente valora esa sangre tanto como Drácula la de sus víctimas. Tras entregar su carnet y disponer de la ficha de donación, se dispuso a rellenarla. No había estado embarazada en los últimos 6 meses, no se había hecho ningún tatuaje, no había vivido en Inglaterra por más de un año entre unos años muy raros en los que supongo que algo malo pasaría, no tenía la enfermedad congénita de nombre impronunciable, no había mantenido recientemente prácticas sexuales de riesgo y de las normales, menos. Copito era, por definición, una persona medianamente normal.

El sudor corría ya por su frente, pues estaba ansiosa por donar al mundo un poco de vida, por facilitar un trasplante de corazón, por ayudar en una operación a vida o muerte. Copito no soportaba tener que esperar, por eso su sonrisa fue tremenda cuando fue llamada a "la sala". "La sala" era ese extraño lugar en que a uno le toman la tensión, le comprueban los niveles de los componentes que forman la sangre y le preguntan a una el peso sin juzgarla.

Tras responder a las preguntas de la amable señorita, y comprobar como la tensión era correcta, llegó la hora de la prueba de hemoglobina. Para Copito era más doloroso el hecho de que le pincharan en el dedo que el hecho global de que a una le saquen casi medio litro de sangre. Pero ella no se amedrentó y extendió su dedo firme y segura. La amable señorita pinchó en el dedo, y virtió la sangre extraída en un bote lleno de un líquido azul.

La gota de sangre no se hundió. Copito sabía que algo iba mal, pues esa gota siempre tiene que caerse y llegar lo más próximo a la base del bote. Pero su gota no lo hizo. Copito comenzaba a deseperarse, no quería ver truncada su donación. Pero no todo estaba perdido, pues sabía que en esos casos existía un aparato electrónico que lo medía.

La amable señorita depositó la sangre en una pequeña placa que a su vez introdujo en el aparato. Los segundos pasaban y parecían interminables, como quien espera el veredicto de un juez. Un pitido interrumpió el silencio que se había dado entre la amable señorita y Copito. La amable señorita miró la pantalla del aparato para decir la frase que cambiaría la vida de Copito para siempre:

"Tienes la hemoglobina un poco baja, así que no puedes donar. Ve a tu médico de cabecera para que te haga una analítica, no sea que necesites un aporte extra de hierro"

Copito explotó en lágrimas en ese momento. "¿Sabe cuánta gente en estos momentos necesita ahora mi sangre, lo sabe? Mi hemoglobina está perfectamente y no me voy a fiar de una máquina que pita para dar sus resultados, es como si ahora me diese por fiarme de los pitidos que otros coches lanzan cuando me salto los semáforos en rojo, eso sería inaudito. Usted va a falsificar ese informe y hará creer a sus superiores que yo estoy perfectamente, ¿me oye? La vida de la gente no puede esperar, así que, si es necesario, sáqueme 4 litros de sangre, aunque luego me toque estar ingresada. Señorita, HE VENIDO A DONAR. ¿Lo entiende? A DONAR. No puede acabar con mi carrera de donante así como así. ¿Me entiende? ¿Me entiende?"

Las palabras de Copito se vieron ahogadas por lágrimas al no poder continuar aquello. Se sentía tan indefensa como cuando se enteró de que Amaia dejaba a la Oreja. O peor que aquella vez que su amigo invisible la abandonó por Cásper. E incluso fue más horrible que la noche en que estuvo llorando porque Chiquilicuatre no ganó Eurovisión. Copito se había hecho un ovillo y no dejaba de recitar versos en arameo en un rincón de la habitación. No quería irse de allí sin que le sacaran sangre, aunque fuese por encima de su cadáver.

Pero por desgracia, la sacaron de allí. Hicieron falta 5 agentes del orden para mover a la paralizada e indefensa Copito, sumida en la miseria tras no poder donar. Recogió con una inquietante melancolía su carnet de donante y lo tiró en la papelera de la puerta. Ya de nada le serviría. La vida había llegado a su fin ...

...

...

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... ¡hasta que llegó a la puerta! Fue pisar la calle y Copito volvió a sonreír, a coger paso ligero y a pensar en como sería el próximo capítulo del musical de su vida. Lo último que se sabe de ella es que quería meter a Umpa Lumpas que bailaran en una fábrica de hierro.

4 comentarios:

Luis Cano Ruiz dijo...

Mu graciosa la historia. Jejeje

Eso me ha recordado que, aunque mi sangre no interese tanto como la tuya, tengo que ir a Donar.

Un saludo.

Hakka dijo...

Te faltó contar la parte de los perros rabiosos que te persiguieron a la vuelta y los mataste a pellizcos.


Bueno, pues ves al médico. Si te hace falta hierro será por tu salud. Ya podrás volver a donar en otra ocasión.

May dijo...

madre...no sé si voy a poder dormir esta noche.

Anónimo dijo...

Tengo dos preguntas:
A) ¿Cuál es tu grupo sanguíneo? Es que nada más comenzar a leer tu relato fantasmagórico me recorría una pregunta por mi mente:"¿Copito tiene grupo sanguíneo?"
Siento mucho tu falta de hierro, para ello el mejor remedio es el Ceregumil, que de pequeña me lo compraba mi abuela y es mano de santo (y sabe bien, además)

B) Al final bebiste algo? Ya que era tu objetivo final, quiero saberlo...

Besines acuedectines!!