viernes, 14 de noviembre de 2008

Bernarda, esa gran desconocida

La música alta. El volante en mis manos. La basura en el asiento del copiloto. Y yo feliz conduciendo.

Todo normal, una escena común de mi día a día, esos pequeños trayectos en coche.

Me hallaba deleitándome con una canción, como de costumbre, cuando vi que en el salpicadero alguién me vigilaba.

Una pequeña cabeza asomaba por un pequeño resquicio. El corazón casi se me para. Los nervios comenzaron a apoderarse de todas y cada una de mis extremidades.

¿Qué era eso? ¿Una culebra? ¿Una lagartija? ¿El dragón de Mulán?

Intenté tranquilizarme y conseguir más datos de aquel ser. Cuando se movió un poco pude comprobar que era una lagartija. Una escurridiza lagartija.

Mientras intentaba compaginar el estar atenta a la carretera, al espejo retrovisor y al volante, mis ojos no podían apartar su mirada de aquel ser que tan bien se había acomodado al calor del salpicadero.

Tras una parada en doble fila para recoger a mi hermano, y contarle a éste la situación, pensamos en cómo sacarla del coche. Tras abrir la puerta y contemplar impotente como la lagartija no cogía sus maletas y se iba, no me quedó otra opción que volver a casa.

Mi hermano se negó a ir en el asiento del copiloto. Consideró que bastante compañía tenía ya con mi particular navegador del mundo animal.

Volvimos para casa, en un trayecto cargado de frases tan tranquilizadoras de mi hermano como "ahí está", "ay que se mueve" o "ahora está en el otro lado". Gritamos para comprobar que el animal era sordo. Sordo como una tapia. Decidimos bautizar a la lagartija como Bernarda. Finalmente llegamos a nuestro destino. Sanos y salvos.

Tras abrir ventanas y puertas, acudimos a la única persona cabal que podía librarnos de la lagartija: mi madre. Ella vino, contempló la situación, la valoró y diagnosticó el remedio: "traedme el matamoscas".

Le llevamos la herramienta que nuestra particular cazafantasmas nos pidió. Al medio minuto, cuando la lagartija ya campaba a sus anchas por el salpicadero, mi madre la echó del coche con un certero y preciso golpe de matamoscas.

Contemplamos la escena de su huída, con una mezcla de alegría y alivio, mientras cerraba el coche para que nada volviese a entrar en él. Soy poco amiga de los huéspedes inesperados.

Más tarde descubrí que la lagartija había entrado a través de la basura, la cual había estado un par de horas cerca de un nido de lagartijas. Y para colmo, al irme a comer me dejé una ventanilla bajada. Eso explica que al volver a clase en coche, una mosca anduviese revoloteando a sus anchas.

3 comentarios:

Luis Cano Ruiz dijo...

Curiosa historia. Aunque si lo piensas bien, a lo mejor quería hacerte compañía en un trayecto que podía resultar aburrido. A fin de cuentas ibas a volver a casa con otro miembro de la familia...

Un saludo.

May dijo...

jajaja q risa leti, para haberte visto!

Anónimo dijo...

Me ha encantado leti! jajaja lo que me he podido reir!!! me hubiese gustado estar ahi!! jajajaja. la leche! eres la leche!

Un besote en el cogote!

Salud y III^^